Débora Arango Pérez (1907-2005). Pintora
expresionista
colombiana. Nació en Medellín, en una casa de la Avenida de la Playa, el 11 de noviembre de 1907 y murió en Envigado el 4 de diciembre de 2005, fue la octava de los catorce hijos que tuvieron Castor María Arango Díez y de Elvira Pérez Uribe. Muy niña la llevaron a vivir a Envigado, a la Hacienda Casablanca, donde había nacido su padre en 1870. Por razones de salud, sufrió paludismo, dejó inconclusos los estudios del Colegio de María Auxiliadora. Estudió en el periodo de 1920 a 1960 artes plásticas y pintura en diferentes institutos de Medellín, en la Escuela Nacional de Bellas Artes, Ciudad de México DF y en el Technical College of Reading
de Londres.
Luego se desempeñó como profesora en el Instituto de Bellas Artes de Medellín desde 1933 a 1935 y fue alumna del maestro Eladio Vélez. Entre 1935 y el 1938, estudió con Pedro Nel Gómez, quien terminó por excluirla del grupo. Entre 1946 y 1948 incursionó en el muralismo en la Escuela Nacional de Bellas Artes: hizo un mural en la Compañía de Empaques. En 1946 viajó para estudiar, hasta 1953, en la Escuela de Bellas Artes de México, donde aprendió pintura mural, técnica que no pudo desarrollar en Colombia. De 1953 a 1955 viajó por Europa: Inglaterra, Francia, Escocia y Austria.
En esos años estudió pintura en España, donde el Gobierno de Franco le clausuró en 1955 una exposición al día siguiente de inaugurada. Sólo pintando, sin confrontar, Débora Arango le mostró al país, a principios del siglo pasado, una mujer rebelde que no temía pintar lo que sentía. A lo largo de su vida recibió numerosas condecoraciones y reconocimientos en Colombia por su obra plástica que se caracterizó por su controversia al ser la primera mujer que en su país pintó desnudos en su época además de retratar importantes políticos como animales, lo que le valió la censura de algunas personas.
Soltera, refugiada en la hacienda familiar de Casablanca de Envigado (Colombia), se consagró a una obra alejada del juicio social y del mercado y conformada por numerosos dibujos y acuarelas, óleos y cerámicas, que ha sido objeto de múltiples reconocimientos a partir de 1984. Algunas de sus pinturas más reconocidas son: "Las monjas y el cardenal", "El almuerzo de los pobres", "El Cristo", "Huida del Convento", "La monja intelectual", "En el jardín", "Bailarina en descanso", "Los cargueros", "Los matarifes", "Clavel rojo" y "La Maruchenga".
La pintora donó en 1987 a la región y al país 233 de sus obras por intermedio del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM). Las cuales pueden ser apreciadas y valoradas actualmente en este Museo. Su obra es clasificada como expresión que busca reflejar: Lo Político, Lo Social, Lo Religioso, La Mujer, Lo Urbano, La Lúdica, desde la concepción y sensibilidad de la artista en el documento. Su primera exposición fue en 1939, una Colectiva de Artistas Jóvenes en el Club Unión (Medellín). Cuando a sus treintaidós años Débora Arango presentó en esta exposición sus desnudos femeninos en acuarela, se desató un escándalo de grandes proporciones entre las autoridades religiosas, las damas de la Liga de la Decencia y representantes de la prensa conservadora.
La mayor parte de su obra reposa en los museos de Arte Moderno de Medellín y Bogotá y en el Museo Botero. Segunda piedra de escándalo fue su exposición en el foyer del Teatro Colón, invitada por el ministro de Educación Jorge Eliécer Gaitán en 1940 y la Exposición en el Museo de Zea (hoy Museo de Antioquia). Nueva controversia por su desnudo Adolescencia (1948). Ha trabajado el óleo, la acuarela y la cerámica decorativa. Durante cuarenta años trabajó en silencio. Volvió a la luz en exposiciones organizadas a partir de 1975, en la Biblioteca Pública Piloto. Muy recordada la retrospectiva del Museo de Arte Moderno de Medellín en 1984.
Después de la tempestad viene la calma y las condecoraciones; entre otras, Premio a las Artes y a las Letras de la Gobernación de Antioquia, Medalla al Mérito Porfirio Barba Jacob, de la Alcaldía, Cruz de Boyacá y Maestra Honoris Causa de la Universidad de Antioquia. Una mujer que a los noventa y cuatro años ríe a carcajadas, se interroga y tiene sueños en la mirada es, seguramente, una mujer que ha justificado su paso por este planeta.
De baja estatura y manos pequeñas; rostro sin menjunjes, crucifijo al cuello, cabello corto y tinturado de negro. Gigante en sus pinceles; explosiva en color y gesto, en los personajes de sus cuadros. Producto de un hogar católico. De un colegio de monjas salesianas -María Auxiliadora. De una ciudad que confundía tradición y "godarria". Rebelde -"en lo que pinto, nunca como persona"-. Con manifiesta vocación de libertad, sensibilidad con "denuncia y crítica" y desinterés por las tácticas del merchant de arte.
Por ella se echaron cruces las damas de la Liga de la Decencia y otros ciudadanos. Los desnudos de su exposición de estreno (1939, Club Unión) fueron el primer caballito de esa larga batalla. Tildarían su pintura de "inmunda, sórdida, corruptora, desvergonzada, escabrosa, pornográfica". Trabajaría en el encierro muchos años, para resucitar a comienzos de los años ochenta, con una muestra retrospectiva y reconocimientos públicos, pero sin resentimiento en sus palabras.
Débora Arango Pérez vivió durante muchos años en Casablanca, una vivienda colonial de Envigado, construida hace ciento treinta y cinco años, en donde, "a la sombra" de limonares, mangos, mandarinas, crotos, princesas, azaleas, pinos libro y anturios blancos, cada centímetro cuadrado habla de sus manos creadoras: los óleos y acuarelas en las paredes. Peces, serpientes, mariposas y hongos plasmados en los zócalos. Los acabados de los cuatro sapos de la fuente del patio central y del baúl que fue de Anselma, su nana. La repisas saturadas de detalles. Las cabezas de sus padres moldeadas en barro. Los platos que pueblan el comedor. Las placas de cerámica que, en un nicho de la sala, recuerdan rostros de personajes: Gregorio Gutiérrez, Epifanio Mejía, Fernando González, León de Greiff, Porfirio Barba Jacob, Tomás Carrasquilla, Pedro Nel Gómez... y ella, pintada por Gabriel Posada.
Habitante y habitada por memorias que surgen en la charla: la voz de Pedro Nel Gómez, su maestro -"ya llevan mucho paisajito y florecita; ya les toca pintar la figura humana"-. La rueda que le hacían en casa para oírla cantar -"Borinquen la tierra de las flores, de la luz y del amor... Tenía buena voz; pero no me atraía el baile". Las "pilatunas" de una amiga casada que posaba para sus desnudos, mientras el marido iba a carreras de caballos.
La frustración de no haber jugado tenis: el peso de la raqueta le pudo a las ganas. Los paseos dominicales en tren, Medellín-Envigado, con tabacos hechos a mano y parva (pandequesos y gelatinas), para darle a la abuela. Y un gran amor, Rafael de la Roche, que se le quedó en el alma. Débora, Casablanca, sus memorias y su legado pictórico.
Por sus lienzos desfilan desnudo, tranvía, indigente, prostíbulo, cantina, obrero, miseria, niño hambriento, adolescente, masacre, huelga, alucinada, obispo, Cristo, monja, funcionario público y político (con formas de animales), familia, matarife, parto en la cárcel, primera dama, carguero de semana santa, Rojas Pinilla, Laureano Gómez y Guineo -viejo personaje de la calle-. Que es expresionista y exponente del realismo crítico. Que en su arte se distinguen los períodos académico, emocional, de denuncia social y de sátira política. Que exagera en sus formas caricaturescas. Que sus desnudos son provocadores. Que es la Frida Khalo colombiana.
Eso tiene sin cuidado a esta mujer que cree en la musa que une "visión y pensamiento"; y que considera el desprenderse del qué dirán, requisito para independizarse en el arte. Débora Arango Pérez nunca se negó los años -"pa qué, si uno tiene lo que aparenta"-. No cree en dicha completa. Agradece su vida "sin sobresalto"; está lista "para entregársela a Dios" y, quizá, para un cielo sin excesos -"todo lo que abunda harta"-. Todavía se le iluminan los ojos al recordar un paseo de infancia, a Riosucio, "vestida de hombre", con su hermano Enrique y la novia de él: "Era un vestido caqui, con charreteras y un cuellito volteadito para arriba; de saquito y pantaloncito. Me despedí de mi mamá de beso; me sentí feliz encaramada en la bestia". Y esos pantalones (tipo de atuendo que usa con frecuencia), ese irse a conquistar otros paisajes, esa sensación de libertad, fueron elementos premonitorios del destino de una mujer que nunca ha querido ataduras para sus pinceles ni para sus pasos; que recogió lo que le gustó del camino que le mostraron: "el trato con la gente, las caras que vi, la religiosa que me formó, las costumbres" "Me pegué de mi brocha y me puse a pintar lo que me nacía".
Ella, más que en éxitos, piensa en logros. "Cada cuadro es uno: Abandono, Paternidad, Los limosneros, Desintegración..." En 1996, en Cartagena y después de una pausa de más de diez años, hizo el del remate: El último pecado, un desnudo. En un lienzo de su estudio, al pie de su caja de óleos y de sus guantes de trabajo salpicados de color, quedó un bosquejo de una obra inconclusa (Belisario Betancur sobre los hombros de doña Bertha de Ospina). Y todavía le "provoca pintar todo lo que está pasando". Allí queda Débora. De pantalones rosados y camiseta blanca con dos escudos de condecoraciones (de la Sociedad de Mejoras Públicas y de Envigado) en el cuello tortuga. Débora la que se ha saboreado con la langosta y la Marialuisa. La amiga del jardín, de las azucenas, de las orquídeas. La que heredó de su padre la devoción de San José. A la que una imagen de San Ignacio, en la puerta de su cuarto, vigila. Y merodeando: Roque, el perro, y uno de los gatos, Arcoiris. "Nunca hice nada al escondido de mi misma", insiste, en ese espacio poblado de años y de presencias amigas.
El arte colombiano dice adiós a una de sus grandes figuras. A la 1:22 de la tarde de este domingo (4 de diciembre de 2005) falleció, en su residencia de Casa Blanca, en el municipio de Envigado, la pintora antioqueña Débora Arango Pérez, a los noventa y ocho años de edad, informó su familia. La antioqueña, quien revolucionó el mundo del arte colombiano en 1939 con su desnudo Cantarina de la Rosa, murió víctima de una neumonía.
Débora Arango Pérez fue alumna de los reconocidos pintores Eladio Vélez y Pedro Nel Gómez. La historia dirá que fue la mejor pintora colombiana del siglo XX y que su perfil lo pintan su crítica sin tregua, su autonomía valiente y su talante libertario. La artista de los rasgos originales le aprendió al maestro Eladio Vélez los secretos del dibujo y al maestro Pedro Nel Gómez la vitalidad, el colorido, la dinámica de sus formatos. Muchos críticos dicen que superó a sus dos maestros por la sensibilidad, por los colores y sobre todo porque le imprimió fortaleza a su pincel para que no se dejara guiar por emociones retóricas, prefirió pintar la realidad, desnuda, cruda y descarnada. "Su obra es símbolo de angustias y penalidades, le interesó la vida, mientras las señoras de su época se preocuparon por pintar flores", dice Alberto Sierra, curador de arte.
Su inicio fue tormentoso por la intolerancia de algunos. Por sus desnudos le llovieron críticas, insultos y soledades. Las polémicas crecieron y se propagaron. Algunas posiciones, a favor y en contra de la artista, se radicalizaron. El diario bogotano El Siglo publicó un artículo titulado El expresionismo como síntoma de pereza e inhabilidad en el arte, quizás para contrarrestar la crítica social y la denuncia de la joven pintora antioqueña. Gozó del respaldo de sus padres, no de todos sus hermanos, quienes incluso la censuraron por sus obras en aquella primera época de pintora independiente y temática un tanto alejada de las costumbres morales.
"El arte no es moral ni inmoral. Sencillamente no intercepta ningún postulado ético", respondía Débora Arango Pérez a sus adversarios gratuitos e interesados. Profundamente humanista retrata la condición del hombre y la mujer a merced de las vicisitudes. Abandono, cinismo, angustia, huida, levitación, trata de personas, violencia, muerte, adolescencia, trabajo, retorno, maternidad y silencio, son algunas de las expresiones trazadas magistralmente.
La crítica y la denuncia social rubrican buena parte de su obra desde un inicio. Muchos no le perdonan su actitud polémica e inconforme. Aun recibió anónimos insultantes en 1975 cuando expuso en la Biblioteca Pública Piloto una selección de sus pinturas. Exhibió con coraje sus convicciones artísticas y conceptuales. Pintó sin miedos, sin censuras ni autocensuras. Se expresó con dolor pero sin lágrimas. Débora Arango Pérez nos deja lecciones de autenticidad, coherencia, realismo y compromiso social. Su obra queda como ejemplo de sincretismo pictórico de los maestros Gómez y Vélez y su vida como constancia de inspiración vital, crítica, autónoma y libertaria, más que suficiente para entrar al reino de la inmortalidad.
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