Antonio Arango
Valdés (1837-1859), aunque corrientemente se le considera nacido en Pravia, su nacimiento tuvo lugar en Cudillero, si bien en Pravia transcurrió lo más de su corta vida. Nacido en 1837 y fallecido en 1859. Una existencia efímera como un botón de flor que se marchita. En contradicción al clásico aforismo de alma sana en cuerpo sano, Antonio Arango Valdés estaba dotado de un espíritu fuerte y exquisito, que tenia por envoltura un organismo enfermo. Pasó por la vida como fugaz meteoro de radiante luminosidad, y desaparecidas las generaciones que lo admiraron y aplaudieron, sólo queda un vago y melancólico recuerdo del poeta que fue.
En la monografía Pravia, incluida en el Tomo I de la obra Asturias, dirigida por Octavio Bellmunt y Fermín Canella, dije Juan Bances Conde: "Poeta facilísimo, periodista de mérito, espíritu liberal y joven de grandes alientos, que la muerte, tan respetuosa con los mentecatos, nos arrebató, cuando todos tenían puestas en él fundadas y legitimas esperanzas". Y Fernández San Julián aseguraba, según Evaristo Escalera, que "tenía todas las cualidades del genio menos la energía", y es que la energía más depende de lo físico que lo de lo espiritual, y Antonio Arango Valdés era un enfermo.
Estudió en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo el equivalente al bachillerato, y en la Jurisprudencia se licenció en Derecho Civil y Canónico. Fue uno de los estudiantes de aptitudes y aprovechamiento más notables de su promoción. Condiscípulo de algunos jóvenes llamados a dejar en las letras asturianas recuerdos perdurables, entre los que figuraba el desgraciado Gonzalo Castañón como amigo entrañable. Con ellos promovió en Oviedo la fundación de publicaciones periódicas donde dar a conocer los frutos del ingenio. Uno de esos periódicos esencialmente literarios fue El Centinela de Asturias, fundado en 1854 y en el que Antonio Arango Valdés hizo sus primeras armas de escritor, a los diecisiete años. Con mayor asiduidad colaboró luego con El Nalón (segunda época), quincenario aparecido ese mismo año.
Aunque iniciaciones, estos trabajos en prosa y en verso, revelaban una inteligencia cultivada servida por una pluma que escribía con depurado gusto literario. Le eran accesibles los más diversos géneros: la poesía, el cuento, la crónica de costumbres, la crítica. En todo demostraba pericia, y así se comprende que desde los primeros escritos trascendiera la esfera estudiantil su reputación a círculos más amplios, en los que se hizo pronto familiar su seudónimo de Simbad el Marino, tomado de Las mil y una noches. Por los años 1857 y 1858, Antonio Arango Valdés se trasladó a Madrid con el doble propósito de concluir allí la carrera de Leyes y dedicarse a la literatura en campo más amplio. En la capital fue protegido literariamente por el también escritor asturiano Evaristo Escalera, quien le facilitó un puesto de colaborador en el diario La Iberia. Pero su delicada salud, minada por la peste blanca, le obligó a renunciar al brillante porvenir que le esperaba en Madrid como jurisconsulto y escritor, para regresar a Pravia pocos meses después de la partida.
Nuevamente en Asturias, no obstante su vida en precario, continuó escribiendo, más en verso que en prosa y con mayor fecundidad que anteriormente, como si temiese que la muerte arruinara sueños e ilusiones antes de que la pluma le diera forma. Porque presentía y hasta deseaba la muerte, como se colige de estos versos suyos:
"Hoy, lamentando mi contraria suerte,
aquel divino ensueño ya perdido,
todo lo miro en torno oscurecido,
y ni anhelo otra calma que la muerte,
ni tengo otra esperanza que el olvido"
Colaboró entonces en los nuevos periódicos literarios, de corta vida todos, aparecidos en Oviedo, tales como La Tradición (1857), Revista de Asturias (primera época, 1858) y El Invierno (1859). Estas últimas colaboraciones de Antonio Arango Valdés afirman a un escritor en posesión de todos los secretos del arte de escribir y como poeta, inspirado y hondo, le proclaman uno de los primeros entre los poetas asturianos del siglo XIX. De sus poesías fueron recogidas las mejores en dos folletos el mismo año de su fallecimiento. Las obras publicadas en volumen fueron Ayes perdidos (Oviedo, 1859, baladas); Suspiros del alma (Oviedo, 1859, poesías). Los trabajos sin formar volumen fueron: El castillo de San Martín (publicado en La Tradición, Oviedo, 1857, números 1 a 8; leyenda); La fuente de Marifalcón, relato corto publicado el 19 de abril de 1857 en el periódico La Tradición de Oviedo; Recuerdos y esperanzas de doña Emilia Mijares del Rey (en la Revista de Asturias, Oviedo, 1858; critica)
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