viernes, 7 de diciembre de 2007

El concejo de Pravia

EL CONCEJO DE PRAVIA

Jesús Arango

Los Cabos de Pravia, 6 de diciembre de 2007

SITUACIÓN Y LIMÍTES DE PRAVIA

El municipio de Pravia está situado entre los 6º 14’ 8’’ y los 6º 3’ 54’’ de longitud Oeste (con respecto al meridiano de Londres) y los 43º 25’ 0” y los 43º 32’ 5” de latitud N. El meridiano y el paralelo medios se cortan en Selgas de Abajo, que, por tanto, es el lugar equidistante de las cuatro coordenadas geográficas que enmarcan el mapa de Pravia. Selgas de Abajo es el punto central del municipio. El concejo -que así se denomina en Asturias a los municipios- de Pravia se localiza en la parte baja del río Nalón, muy cerca del mar Cantábrico. La privilegiada situación de Pravia la convirtió durante mucho tiempo en la capital de una amplia comarca formada por los territorios en donde comienza el Occidente de Asturias. En la actualidad el concejo tiene una población que supera ligeramente los diez mil habitantes. Entre los núcleos de población más importantes del concejo se encuentran: Agones, Santianes, Los Cabos, Somao, Quinzanas, Corias, Sandamías, Villavaler, Villafría y Selgas.
El concejo praviano ocupa actualmente una extensión de 136,63 kilómetros cuadrados. La villa de Pravia -capital del concejo- está situada a cincuenta y cinco kilómetros de Oviedo. Los puntos trilindes del concejo de Pravia más significativos son los cinco siguientes:
1. El Pico Andolinas, conocido también por Llagunín de la Mata, en él convergen los concejos de Cudillero, Pravia y Salas
2. El Serrapio, caserío de la parroquia de Quinzanas, allí coinciden los linderos de Candamo, Pravia y Salas
3. La Peña de la Ferreirona, a dos pasos del pueblo de Santolaya, lugar donde se tocan los limites de Candamo, Pravia y Soto del Barco
4. Un punto imaginario en el río Nalón, frente por frente de la desembocadura del arroyo del Pontigo señala la convergencia de los municipios de Muros de Nalón, Pravia y Soto del Barco
5. Grandamena, barrio de Somao, situado en el ángulo que forman el arroyo Reguerón de Aguilar o Ricabo y su afluente el Rimuelas, donde concurren los limites de Cudillero, Muros de Nalón y Pravia a unos 800 metros de la costa, precisamente coincidiendo con la playa de Aguilar
La altura más elevada del concejo es el pico Lin de Cubel en la Sierra de Sangreña con 678 metros de altitud. El territorio praviano está cubierto por montañas de escasa altitud, pues ninguna de ellas alcanza los 700 metros. Destacan las sierras de Sangreña y las Autedas al Norte; la de Sandamias al Sur; al Este la sierra de Fontebona; al Oeste la de Sangreña y sierras de Ablanedo y la Castañal y por el Centro, las ya citadas de Las Autedas y Sandamias.
Entre las alturas que se divisan desde la villa de Pravia las diez más conocidas son: Santa Catalina del Viso, Casafria de Fontebona, Arroxas de Escoredo, El Molar de Ocea, Covardeo de la Fayuca, El Cogollón de Escoredo, Birabeche de Peñaullan, Pico Cueto de Pravia y Pico La Forca o Merás de Agones.
El río Nalón, que Ptolomeo llamaba Naelo y las escrituras antiguas Nilon, baña una gran parte de las vegas pravianas. Los otros dos ríos que bañan la comarca praviana son el Narcea y el Aranguin. Todos ellos forman hermosas vegas que sobresalen por las excelentes calidades de sus cosechas.

HISTORIAS DE PRAVIA

Para describir como es la villa de Pravia utilizaré las palabras de un ilustre praviano del siglo XIX. En el tomo correspondiente a Asturias de la enciclopedia de Belmunt y Canella aparecido en 1895 figura un artículo de Juan Bances titulado Pravia y en el que se pueden leer párrafos como los siguientes:
“Un curioso grupo de casas blancas: un pueblo pequeño, alegre, tranquilo: un pedazo de tierra que el Nalón acaricia poco antes de unirse al mar: un rincón delicioso, muy parecido al paraíso terrenal..., mientras no se demuestre lo contrario: eso es Pravia; el Pravia tan ponderado y que tantos admiradores tiene. Llámenme romántico y maniático los que van para cosmopolitas, si al preguntarme que población prefiero de las muchas que visité, ... contesto Pravia sin vacilar. Y dando aquí de mano a estos disculpables desahogos de praviano sincero y entusiasta, dispóngase el lector curioso y desocupado a emprender una breve excursión por esta hermosa tierra, si desea recordar algo de lo que fue Pravia en la historia y formarse una idea de lo que es en la actualidad.
El caserío de la villa es, en general, moderno y de buen gusto; las calles, cómodas y limpias; las plazas desahogadas, menos los jueves, en que las personas y los animales que acuden al mercado las invaden materialmente; el Casino no es tan lujoso como el de Biarritz, pero, ¡vamos¡, puede pasar; tampoco faltan cafés públicos, y de tabernas existe un regular surtido. Conocido ya el país, aunque la descripción sea desaborida e insuficiente, algo hemos de decir también de su carácter y costumbres siquiera en esto no se diferencie mucho de los demás pueblos de la provincia por tener todos ellos fisonomía parecida. El Centro donde se hablaba de lo divino y de lo humano era la Barbería Americana, establecimiento montado con arreglo a todos los adelantos modernos, donde se afeita, se riza y toma el pelo con esmero, limpieza y pulcritud”.
Con estas rotundas frases comenzaba en 1895 -hace ahora poco más de un siglo- un praviano, Juan Bances, la descripción de mi patria chica. A pesar de los años transcurridos, creo que, en cierta forma, muchos pravianos seguimos compartiendo las opiniones de nuestro ilustre antepasado. Poniendo por delante estos disculpables desahogos de praviano entusiasta, permítanme que les recuerde unos trazos de nuestra historia local.
Desde tiempos inmemorables el territorio comprendido entre el río Navia y el Cabo Peñas por la costa y entre el mar y el Sur de Cangas del Narcea por el interior, fue ocupado por los Astures Transmontanos. Los antiguos astures pobladores de esta zona moraban en castros o poblados fortificados. Hay noticias de doce edificaciones de este tipo en el actual término municipal de Pravia. Poseían una organización gentilicia, de manera que se agrupaban en clanes o gentilidades, las cuales a su vez se agrupaban en tribus. Una de las más notables de las que vivían en Asturias desde la Edad del Hierro era la que en tiempos de los romanos se decían Pesicos (Paesicos), en la Edad Media, Pesos y en el siglo XVIII, Pezos.
La romanización fue intensa y para muchos historiadores Pravia podría ser el Flavium Avia del emperador Flavio Vespasiano, que cita Ptolomeo en su Geographia. Hallazgos importantes son la estela romana de Los Cabos -actualmente en el Museo Arqueológico de Oviedo- que representa a un hombre togado, restos de villas en Santianes y Peñaullán, y la calzada romana que unía el Camino Real de la Mesa y la vía de la costa, y del que se conserva un tramo de empedrado medieval sobre el primitivo trazado romano en el lugar de Bances.
Cincuenta y seis años después de la batalla de Covadonga, Pravia adquiere relieve histórico al trasladar Silo -sexto rey de la monarquía asturiana- la corte desde Cangas de Onís a Pravia y la convierte en capital del pequeño e incipiente reino astur. De su reinado entre los años 774 y 783 se conserva la Iglesia de San Juan de Santianes, preludio del arte prerrománico asturiano.
Donde hoy está la villa de Pravia, en tiempos del rey Silo no había más que un gran campo en medio del cual más tarde levantaron algunos monjes mozárabes, bajo la advocación del apóstol San Andrés, un pequeño cenobio con su templo y su cementerio. El sitio ocupado por el conventín de San Andrés correspondería a la actual plaza mayor de Pravia, al pie del monte Cueto. Y en esta pequeña iglesia monacal de San Andrés -muy probablemente del siglo IX- tuvo desde el principio un altar el Cristo de la Misericordia, cuya devoción fue creciendo a la par que nacía el poblado de Pravia en torno a él. A finales del siglo XVIII la iglesia de San Andrés fue cerrada al culto porque amenazaba ruina. El día 8 de junio de 1836 el Ayuntamiento manifiesta que solicitó la demolición de tal edificio como de absoluta necesidad para la salud pública, para ornato del pueblo y para seguridad de las personas que concurren al mercado. El 9 de diciembre de 1836 se anuncia su demolición.
La fundación de la pola de Pravia, junto con la de Tineo, data de la primera mitad del siglo XIII, mientras que la mayoría de las polas del Occidente asturiano se fundan a lo largo de la segunda mitad de dicho siglo. La carta puebla, otorgada por Fernando III el Santo hacia 1240, permitió el levantamiento de la cerca o muralla y concedió a la villa y a sus habitantes privilegios reales. Desde este momento Pravia fue un importante foco mercantil y comercial cuya prosperidad siempre estuvo unida a la navegabilidad del Nalón y a las rentas generadas por la pesca del salmón.
Apenas recién fundados, una serie de pueblos del Occidente de Asturias constituyen en 1277 la primera hermandad asturiana. En esta primera hermandad -con Avilés a la cabeza- se unen todas las pueblas del occidente asturiano más ganaderas y ricas en pastos naturales, formando una gran mancomunidad, desde la costa hasta las montañas astur-leonesas, a saber: Avilés, Pravia (los actuales concejos de Pravia, Cudillero, Muros de Nalón y Soto del Barco), Grado, Valdés, Tineo, Cangas de Narcea; Allande, Salas y Somiedo (que incluía también al concejo actual Belmonte de Miranda, exceptuando el territorio correspondiente al Coto del Monasterio de Belmonte).
Es destacar que dentro de esta primera hermandad se encontraban los principales monasterios o cenobios pertenecientes a la regla del Cister. Y que también sobre esta mancomunidad se asentarían las futuras casas nobles más poderosas de Asturias: los Quiñones, los Miranda, los Omaña, los Alvar Florez. Por último los vaqueiros de alzada van a tener como escenario de su nacimiento y de su historia el espacio comprendido en esta mancomunidad. El móvil de esta primera hermandad parece que fue el intento de formar una robusta mancomunidad con fines aparentemente económicos, dentro de la cual todos serían vecinos, con los mismos derechos de cara al aprovechamiento de sus baldíos y pastos principalmente.
Más adelante, en 1462 se constituye la Liga de los Cinco (mancomunidad de Cinco Concejos), que tiene sanción real en 1467. Los concejos de la Liga son Pravia, Grado, Salas, Valdés y Miranda. Como puede observarse faltan ya con respecto a la primera hermandad los concejos más ricos en pastos de altura a saber: Cangas, Tineo, Allande y Somiedo.
Pravia aparece ya formando Ayuntamiento en 1308. Hasta el primer tercio del siglo XIX, la extensión del concejo de Pravia era el doble de la actual. A finales de 1836 se le segregó una parte de su territorio para formar los nuevos ayuntamientos de Cudillero, Muros de Nalón y Soto del Barco. Antes de dicha segregación el concejo de Pravia se dividía en cuatro extensas comarcas: el Cuarto La Meruca, el Cuarto de los Valles, el Cuarto de las Autedas y el Cuarto de Las Luiñas. Las parroquias de Pravia estaban divididas en dos arciprestazgos. Uno formado por el Cuarto La Meruca, a la derecha del Nalón, llamado Pravia de Aquende, bajo la jurisdicción del Deán de la Santa Iglesia Catedral. El otro, Pravia de Allende, a la izquierda del río, compuesto por el Cuarto de los Valles, el Cuarto de las Autedas y el Cuarto de Las Luiñas, bajo la jurisdicción del Arcediano de Ribadeo. Pravia siempre fue territorio de jurisdicción real, tenia voto en la Junta del Principado y le pertenecía el asiento número 10 de esta vieja institución.
Para percatarse de la penuria, hasta el siglo XIX, de la comarca praviana, en la que incluso los nobles vestían con sayal. El régimen imperante mantenía la propiedad en manos de unos pocos privilegiados. La mayoría de los habitantes trabajaban tierras ajenas y criaban ganados en aparcería. Según costumbres antiguas del Principado de Asturias, cuando alguien labraba y sembraba heredad ajena, daba el quinto o quiñón de la cosecha al dueño de la tierra, que iba a recogerlo a la misma parcela.
La hilandería, las caleras, la cestería y las salinas destacaban con más relieve que las otras industrias caseras. Se dedicaban 342 personas a manipular lino en 1789. Era del dominio publico en Asturias que las tierras pravianas producían mucho y buen lino, vulgarmente conocido por llin, que maceraban, cardaban y tejían en todas las aldeas. Por eso había tantos batanes y quedan todavía preciosos testimonios de aquella artesanía. También se cultivaba y elaboraba el cáñamo. Gozaban de mucha fama las hilanderas de Pravia.
La pesca del salmón eran una de las principales actividades económicas de la comarca. Los salmones salpresos se trasladaban a Castilla por rutas de atajo. Según la Real Executoria del Consejo de Castilla de 9 de febrero de 1669, Pravia poseía el derecho privativo de percibir la mitad de los salmones que se cogieran en la última parte del río Nalón, comprendida entre las Mestas del Narcea, al pie de Forcinas, y la fuente de Espilonga, situada en la orilla izquierda de la embocadura y barra de San Esteban de Pravia, quedando la otra mitad para quien los pescase. El salmón se pescaba con barcas y redes, especialmente trainas. Desde mediados del siglo XIX se pescó muchísimo con la ingeniosa maquina Duhart de invención chino-francesa, que tan en boga estuvo hasta los años treinta de este siglo.
Fue en el siglo XVIII cuando la villa de Pravia adquiere el aspecto actual con su sello inconfundible. Un hecho que tuvo una importancia decisiva en el urbanismo de la villa se produjo el primero de junio de 1715, fecha en la que el Abad del Real Convento de San Isidoro de León, Don Fernando Ignacio Arango y Queipo de Llano, nacido en la villa y muy poco después consagrado obispo de Tuy (Galicia), otorga, ante un notario de León, escritura de fundación de la Colegiata, casas de los canónigos y obras pías de Pravia. Al lado de la citada Colegiata, este praviano ilustre levanta un Palacio para su familia, que se conoce como la Casa Nueva.
En frente es donde se sitúan las seis casas, con soportal, destinadas a otros tantos capellanes-canónigos encargados de atender el culto, unas escuelas, un orfanato y otras obras pías. Para ese conjunto arquitectónico, Don Fernando Ignacio Arango y Queipo de Llano escoge un sitio extramuros de la villa llamado Huertas del Valle y del Campo, lugar que mediaba entre la ermita del Valle y la iglesia de San Andrés. Del mismo siglo es también la Casa-Ayuntamiento, sobrio edificio de planta cuadrada, en el que ha dejado pruebas de su talento, el gran arquitecto Ventura Rodríguez allá por el año 1779.
Hasta el siglo XVIII las mansiones solariegas no se agrupaban en la villa, sino que aparecían diseminadas por el campo, presidiendo las faenas de los pecheros. Es esas fechas cuando se construyen en Pravia una serie de palacios y casonas, que se identifican con facilidad y que marcaron el rumbo del casco urbano de la villa. Es de notar que no falta en cada uno de estos palacios un amplio salón a la fachada principal para las reuniones sociales de aquella época. Los Arango tenían casa solariega en Pravia, junto con otros importantes apellidos como los Valdés, Busto, López Grado, Omaña, Salas, Cienfuegos y Moutas.

GASTRONOMÍA Y REPOSTERIA PRAVIANA

Pravia siempre fue famosa por su repostería: en las fiestas de principios de siglo era costumbre acabar las meriendas con los postres del famoso confitero Carlos Prast, más conocido por Pepito y al que seguimos recordando los pravianos con el nombre de nuestro postre más exquisito: el Flan Pepito. De los postres a otros manjares. Hoy hay muchas clases y tamaños de fabas en Asturias, pero ninguna tan especial como las fabas (no fabes) de la vega de Los Cabos. Cuando hoy se habla de calidad y de agricultura ecológica, los pravianos deberíamos acordarnos de las lechugas de la Bahua, las manzanas de mingán o los viejos naranjos cuyos frutos se exportaban a Inglaterra en el siglo XVIII. Y si de quesos hablamos, donde encontrar un producto tan singular como nuestros quesos de Afuega´l Pitu.
En este final de milenio, cuando a través de Internet podemos viajar virtualmente en segundos a cualquier lugar lejano del planeta, pocas cosas hay que yo valore tanto como recrear la vista en las tardes de otoño con el paisaje que se atisba desde El Molar de Ocea: las sierras de Fontebona, Sandamias y las Autedas. En el horizonte montañas y más montañas. Henos aquí los de Pravia.
PATRIMONIO ARTISTICO DEL CONCEJO DE PRAVIA
A continuación se describe las principales muestras del patrimonio artístico localizado en el concejo de Pravia:
Imagen y Retablo de Nuestra Señora del Valle, ambos de barro cocido y que llevan el sello del Renacimiento Italiano
Casa y Torre de Arango en Arborio, algunos elementos constructivos datan del siglo XII
Casa del Busto, de la segunda mitad del siglo XVI, levantada contra la muralla y su capilla, el edificio más antiguo de la villa
Colegiata, Palacio de los Moutas y las Casas de los Canónigos, constituyen el conjunto monumental más importante y son una de las mejores muestras del barroco regional
El Ayuntamiento, la Casa de Valdés y otros edificios nobles nos dan idea de la importancia que como villa noble y clerical alcanza en el siglo XVIII
Plaza del Conde de Guadalhorce, conserva un conjunto bastante homogéneo de edificaciones del siglo XIX y XX, suponiendo la última etapa de crecimiento urbano
Palacio y Capilla de Inclán
Palacio de Omaña en Los Cabos
Palacio de los Francos en Quinzanas
Casa de Merás y Molino de Retuerta en Agones
Panteón modernista de Somao
Palacete de Solís y Torre Amarilla en Somao
La Casa el Noceu en Somao, con sus miradores y galerías de cristal
Iglesia de San Juan Evangelista en Santianes, del siglo VIII

La muerte de los Arango

LA MUERTE DE LOS ARANGO
Escrito por José María Arguedas en 1955

Contaron que habían visto al tifus[1], vadeando el río, sobre un caballo negro, desde la otra banda donde aniquiló al pueblo de Sayla, a esta banda en que vivíamos nosotros. A los pocos días empezó a morir la gente. Tras del caballo negro del tifus pasaron a esta banda manadas[2] de cabras por los pequeños puentes. Soldados enviados por la Subprefectura incendiaron el pueblo de Sayla, vacío ya, y con algunos cadáveres descomponiéndose en las casas abandonadas. Sayla fue un pueblo de cabreros[3] y sus tierras secas sólo producían calabazas y arbustos de flores y hojas amargas.
Entonces yo era un párvulo
[4] y aprendía a leer en la escuela. Los pequeños deletreábamos a gritos en el corredor soleado y alegre que daba a la plaza. Cuando los cortejos fúnebres que pasaban cerca del corredor se hicieron muy frecuentes, la maestra nos obligó a permanecer todo el día en el salón oscuro y frío de la escuela.
Los indios cargaban a los muertos en unos féretros
[5] toscos; y muchas veces los brazos del cadáver sobresalían por los bordes. Nosotros los contemplábamos hasta que el cortejo[6] se perdía en la esquina. Las mujeres iban llorando a gritos; cantaban en falsete el ayataki, el canto de los muertos; sus voces agudas repercutían en las paredes de la escuela, cubrían el cielo, parecían apretarnos sobre el pecho.
La plaza era inmensa, crecía sobre ella una yerba muy verde y pequeña, la romaza. En el centro del campo se elevaba un gran eucalipto solitario. A diferencia de los otros eucaliptos del pueblo, de ramas escalonadas y largas, éste tenía un tronco ancho, poderoso, lleno de ojos y altísimo; pero la cima del árbol terminaba en una especie de cabellera redonda, ramosa y tupida
[7]. “Es hembra”, decía la maestra. La copa de ese árbol se confundía con el cielo. Cuando lo mirábamos desde la escuela, las altas ramas se mecían sobre el fondo nublado o sobre las abras de las montañas.
En los días de la peste, los indios que cargaban los féretros, los que venían de la parte alta del pueblo y tenían que cruzar la plaza, se detenían unos instantes bajo el eucalipto. Las indias lloraban a torrentes, los hombres se paraban casi en círculo con los sombreros en la mano; y el eucalipto recibía a lo largo de todo su tronco, en sus ramas elevadas, el canto funerario. Después, cuando el cortejo se alejaba y desaparecía tras la esquina, nos parecía que de la cima del árbol caían lágrimas y brotaba un viento triste que ascendía al centro del cielo.
Por eso la presencia del eucalipto nos cautivaba; su sombra, que al atardecer tocaba al corredor de la escuela, tenía algo de la imagen, del helado viento que envolvía a esos grupos desesperados de indios que bajaban hasta el panteón
[8]. La maestra presintió[9] el nuevo significado que el árbol tenía para nosotros en esos días y nos obligó a salir de la escuela por un portillo del corral, al lado opuesto de la plaza.
El pueblo fue aniquilado. Llegaron a cargar hasta tres cadáveres en un féretro. Adornaban a los muertos con flores de retama
[10]; pero en los días postreros las propias mujeres ya no podían llorar ni cantar bien; estaban roncas[11] e inermes[12]. Tenían que lavar las ropas de los muertos para lograr la salvación, la limpieza final de todos los pecados[13]. Sólo una acequia[14] había en el pueblo; era el más seco, el más miserable de la región, por la escasez de agua; y en esa acequia, de tan poco caudal, las mujeres lavaban en fila, los ponchos, los pantalones haraposos[15], las faldas y las camisas mugrientas de los difuntos.
Al principio lavaban con cuidado y observando el ritual estricto del pichk’ay; pero cuando la peste cundió y empezaron a morir diariamente en el pueblo, las mujeres que quedaban, aún las viejas y las niñas, iban a la acequia y apenas tenían tiempo y fuerzas para remojar un poco las ropas, estrujarlas en la orilla y llevárselas, rezumando todavía agua por los extremos.
El panteón era un cerco cuadrado y amplio. Antes de la peste estaba cubierto de bosque de retama. Cantaban jilgueros
[16] en ese bosque; y al mediodía, cuando el cielo despejaba quemando el sol, las flores de retama exhalaban perfume. Pero en aquellos días del tifus, desarraigaron los arbustos y los quemaron para sahumar[17] el cementerio. El panteón quedó rojo, horadado[18]; poblado de montículos alargados con dos o tres cruces encima. La tierra era ligosa, de arcilla roja oscura.
En el camino al cementerio había cuatro catafalcos
[19] pequeños de barro con techo de paja. Sobre esos catafalcos se hacía descansar a los cadáveres, para que el cura dijera los responsos[20]. En los días de la peste los cargadores seguían de frente; el cura despedía a los muertos a la salida del camino.
Muchos vecinos principales del pueblo murieron. Los hermanos Arango eran ganaderos y dueños de los mejores campos de trigo. El año anterior, don Juan, el menor, había pasado la mayordomía del santo patrón del pueblo. Fue un año deslumbrante. Don Juan gastó en las fiestas sus ganancias de tres años. Durante dos horas se quemaron castillos de fuego en la plaza.
La guía de pólvora caminaba de un extremo a otro de la inmensa plaza, e iba incendiando los castillos. Volaban coronas fulgurantes, cohetes azules y verdes, palomas rojas desde la cima y de las aristas de los castillos; luego las armazones de madera y carrizo permanecieron durante largo rato cruzadas de fuegos de colores. En la sombra bajo el cielo estrellado de agosto, esos altos surtidores de luces, nos parecieron un trozo de firmamento
[21] caído a la plaza de nuestro pueblo y unido a él por las coronas de fuego que se perdían más lejos y más alto que la cima de las montañas.
Muchas noches los niños del pueblo vimos en sueños el gran eucalipto de la plaza flotando entre llamaradas
[22]. Después de los fuegos, la gente se trasladó a la casa del mayordomo[23]. Don Juan mandó poner enormes vasijas de chicha en la calle y en el patio de la casa, para que tomaran los indios; y sirvieron aguardiente fino de una docena de odres, para los caballeros. Los mejores danzantes de la provincia amanecieron bailando en competencia, por las calles y plazas. Los niños que vieron a aquellos danzantes, el Pachakchaki, el Rumisonk’o, los imitaron. Recordando las pruebas que hicieron, el paso de sus danzas, sus trajes de espejos ornados de plumas; y los tomaron de modelos, “Yo soy Pachakchaki”. “¡Yo soy Rumisonk’o!”, exclamaban; y bailaron en las escuelas, en sus casas, y en las eras de trigo y maíz, los días de la cosecha.
Desde aquella gran fiesta, don Juan Arango se hizo más famoso y respetado. Don Juan hacía siempre de Rey Negro, en el drama de la Degollación
[24] que se representaba el 6 de enero. Es que era moreno, alto y fornido; sus ojos brillaban en su oscuro rostro. Y cuando bajaba a caballo desde el cerro, vestido de rey, y tronaban los cohetones, los niños lo admirábamos. Su capa roja de seda era levantada por el viento; empuñaba en alto su cetro reluciente de papel dorado y se apeaba de un salto frente al “palacio” de Herodes; “¡Orreboar!”, sa1udaba con su voz de trueno al rey judío. Y las barbas de Herodes temblaban.
El hermano mayor, don Eloy, era blanco y delgado. Se había educado en Lima; tenía modales caballerescos; leía revistas y estaba suscrito a los diarios de la capital. Hacía de Rey Blanco; su hermano le prestaba un caballo tordillo para que montara el 6 de enero. Era un caballo hermoso, de crin suelta; los otros galopaban y él trotaba con pasos largos, braceando.
Don Juan murió primero. Tenía treintaidos años y era la esperanza del pueblo. Había prometido comprar un motor para instalar un molino eléctrico y dar luz al pueblo, hacer de la capital del distrito una villa moderna, mejor que la capital de la provincia. Resistió doce días de fiebre. A su entierro asistieron indios y principales. Lloraron las indias en la puerta del panteón. Eran centenares y cantaron en coro. Pero esa voz no arrebataba, no hacía estremecerse, como cuando cantaban solas, tres o cuatro, en los entierros de sus muertos.
Hasta lloraron y gimieron junto a las paredes, pero pude resistir y miré el entierro. Cuando iban a bajar el cajón de la sepultura, don Eloy hizo una promesa: “¡Hermano – dijo mirando el cajón, ya depositado en la fosa – un mes nada más, y estaremos juntos en la otra vida!”.
Entonces la mujer de don Eloy y sus hijos lloraron a gritos. Los acompañantes no pudieron contenerse. Los hombres gimieron; las mujeres se desahogaron cantando como las indias.
Los caballeros se abrazaban, tropezaban con la tierra de las sepulturas. Comenzó el crepúsculo; las nubes se incendiaban y lanzaban al campo su luz amarilla.
Regresamos tanteando el camino; el cielo pesaba. Las indias se fueron primero, corriendo. Los amigos de don Eloy demoraron toda la tarde en subir al pueblo; llegaron ya de noche.
Antes de los quince días murió don Eloy. Pero en ese tiempo habían caído ya muchos niños de la escuela, decenas de indios, señoras y otros principales. Sólo algunas beatas viejas acompañadas de sus sirvientes iban a implorar en el atrio de la iglesia. Sobre las baldosas blancas se arrodillaban y lloraban, cada una por su cuenta, llamando al santo que preferían, en quechua y en castellano. Y por eso nadie se acordó después cómo fue el entierro de don Eloy.
Las campanas de la aldea, pequeñas pero con alta ley de oro, doblaban día y noche en aquellos días de mortandad. Cuando doblaban las campanas y al mismo tiempo se oía el canto agudo de las mujeres que iban siguiendo a los féretros, me parecía que estábamos sumergidos en un mar cristalino en cuya hondura repercutía el canto mortal y la vibración de las campanas; y los vivos estábamos sumergidos allí, separados por distancias que no podían cubrirse, tan solitarios y aislados como los que morían cada día.
Hasta que una mañana, don Jáuregui, el sacristán
[25] y cantor, entró a la plaza tirando de la brida al caballo tordillo del finado don Juan. La crin era blanca y negra, los colores mezclados anillos de plata relucían en el trenzado; el pellón azul de hilos también reflejaba la luz; la montura de cajón, vacía, mostraba los refuerzos de plata. Los estribos cuadrados, de madera negra, danzaban.
Repicaron las campanas, por primera vez en todo ese tiempo. Repicaron vivamente sobre el pueblo diezmado. Corrían los chanchitos
[26] mostrencos[27] en los campos baldíos y en la plaza. Las pequeñas flores blancas de la salvia y las otras flores aún más pequeñas y olorosas que crecían en el cerro de Santa Brígida se iluminaron.
Don Jáuregui hizo dar vueltas al tordillo
[28] en el centro de la plaza, junto a la sombra del eucalipto; hasta le dio de latigazos y le hizo pararse en las patas traseras, manoteando en el aire. Luego gritó, con su voz delgada, tan conocida en el pueblo:
– ¡Aquí está el tifus, montado en caballo blanco de don Eloy! ¡Canten la despedida! ¡Ya se va, ya se va! ¡Aúúúú! ¡Aúúúú!
Habló en quechua, y concluyó el pregón con el aullido final de los jarahuis; tan largo, eterno siempre:
– ¡Ah... í í í! ¡Yaúúú... yaúúú! ¡El tifus se está yendo; ya se está yendo!
Y pudo correr. Detrás de él, espantaban al tordillo, algunas mujeres y hombres emponchados, enclenques. Miraban la montura vacía, detenidamente. Y espantaban al caballo.
Llegaron al borde del precipicio
[29] de Santa Brígida, junto al trono de la Virgen. El trono era una especie de nido formado en las ramas de un arbusto ancho y espinoso, de flores moradas. El sacristán conservaba el nido por algún secreto procedimiento; en las ramas retorcidas que formaban el asiento del trono no crecían nunca hojas, ni flores ni espinos. Los niños adorábamos y temíamos ese nido y lo perfumábamos con flores silvestres. Llevaban a la Virgen hasta el precipicio, el día de su fiesta. La sentaban en el nido como sobre un casco, con el rostro hacia el río, un río poderoso y hondo, de gran correntada, cuyo sonido lejano repercutía dentro del pecho de quienes lo miraban desde la altura.
Don Jáuregui cantó en latín una especie de responso junto al "trono" de la Virgen, luego se empinó y bajó el tapaojos, de la frente del tordillo, para cegarlo.
– ¡Fuera! – gritó – ¡Adiós calavera! ¡Peste!
Le dio un latigazo, y el tordillo saltó al precipicio. Su cuerpo chocó y rebotó muchas veces en las rocas, donde goteaba agua y brotaban líquenes
[30] amarillos. Llegó al río; no lo detuvieron los andenes filudos del abismo.
Vimos la sangre del caballo, cerca del trono de la Virgen, en el sitio en que se dio el primer golpe.
– ¡Don Eloy, don Eloy! ¡Ahí está tu caballo! ¡Ha matado a la peste! En su propia calavera
[31]. ¡Santos, santos, santos! ¡EI alma del tordillo recibid! ¡Nuestra alma es salvada!. Adiós millahuay, despidillahuay...! (¡Decidme adiós! ¡Despedidme...!).
Con las manos juntas estuvo orando un rato, e1 cantor, el latín, en quechua y en castellano.
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
José María Arguedas (1911-1969), escritor y antropólogo peruano. Su labor como novelista, como traductor y difusor de la literatura quechua, y como antropólogo y etnólogo, hacen de él una de las figuras claves entre quienes han tratado, en el siglo XX, de incorporar la cultura indígena a la gran corriente de la literatura peruana escrita en español desde sus centros urbanos. En ese proceso sigue y supera a su compatriota Ciro Alegría. La cuestión fundamental que plantean estas obras, pero en especial la de Arguedas, es la de un país dividido en dos culturas -la andina de origen quechua, la urbana de raíces europeas- que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión.
Nacido en Andahuaylas, en el corazón de la zona andina más pobre y olvidada del país, estuvo en contacto desde la cuna con los ambientes y personajes que incorporaría a su obra. La muerte de su madre y las frecuentes ausencias de su padre abogado, le obligaron a buscar refugio entre los siervos campesinos de la zona, cuya lengua, creencias y valores adquirió como suyos. Como estudiante universitario en San Marcos, empezó su difícil tarea de adaptarse a la vida en Lima sin renunciar a su tradición indígena, viviendo en carne propia la experiencia de todo trasplantado andino que debe aculturarse y asimilarse a otro ritmo de vida. Ese proceso nunca fue del todo completado por Arguedas, cuyos traumas acarreados desde la infancia lo debilitaron psíquicamente para culminar la lucha que se había propuesto, no sólo en el plano cultural sino también en el político. Esto y la aguda crisis nacional que el país empezó a sufrir a partir de 1968, lo empujaron al suicidio, que no hizo sino convertirlo en una figura mítica para muchos intelectuales y movimientos empeñados en la misma tarea política.
En los tres cuentos de la primera edición de Agua (1935), en su primera novela Yawar fiesta (1941; revisada en 1958) y en la recopilación de Diamantes y pedernales (1954), se aprecia el esfuerzo del autor por ofrecer una versión lo más auténtica posible de la vida andina desde un ángulo interiorizado y sin los convencionalismos de la anterior literatura indigenista de denuncia. En esas obras Arguedas reivindica la validez del modo de ser del indio, sin caer en un racismo al revés. Relacionar ese esfuerzo con los planteamientos marxistas de José Carlos Mariátegui y con la novelística políticamente comprometida de Ciro Alegría ofrece interesantes paralelos y divergencias. La obra madura de Arguedas comprende al menos tres novelas: Los ríos profundos (1956), Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971); la última es la novela-diario truncada por su muerte. De todas ellas, la obra que expresa con mayor lirismo y hondura el mundo mítico de los indígenas, su cósmica unidad con la naturaleza y la persistencia de sus tradiciones mágicas, es Los ríos profundos. Su mérito es presentar todos los matices de un Perú andino en intenso proceso de mestizaje. En Todas las sangres, ese gran mural que presenta las principales fuerzas que luchan entre sí, pugnando por sobrevivir o imponerse, recoge el relato de la destrucción de un universo, y los primeros balbuceos de la construcción de otro nuevo. Otros relatos como El sexto (1961), La agonía de Rasu Ñiti (1962) y Amor mundo (1967) complementan esa visión.
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La aldea de Sayla en la que se desarrolla “la muerte de los Arango” probablemente es el pueblo de Saylla, localizado cerca de Cuzco en el Perú.

[1] Tifus: Fiebre infecciosa acompañada de desórdenes cerebrales y erupción de manchas rojas en algunas partes del cuerpo; es transmitida por cierta especie de piojo.
[2] Manada: Grupo de animales cuadrúpedos salvajes que van juntos: ‘Una manada de lobos [de elefantes]’.
[3] Cabrero: Pastor de cabras.
[4] Párvulo: Niño; se emplea usualmente sólo para designar la escuela o clase de niños pequeños: ‘Un colegio de párvulos’.
[5] Féretro: «Ataúd». Caja en que se pone una persona muerta para enterrarla.
[6] Cortejo: «Comitiva». Conjunto brillante de personas que se trasladan solemnemente de un sitio a otro en una ceremonia oficial.
[7] Tupido: Espeso: con los hilos muy juntos, de modo que no se transparenta.
[8] Panteón: Monumento destinado a enterramiento de varias personas; por ejemplo, de una familia.
[9] Presentir: Experimentar por anticipado un sentimiento de alegría o de tristeza correspondiente a un suceso que va a ocurrir y del que no se conoce racionalmente la existencia o la proximidad
[10] Retama: En inglés “broom” (Any of several similar or related shrubs, especially in the genera Genista and Spartium.)
[11] Ronco: (aplicado a sonidos). Muy bajo y sin sonoridad; como el ruido del oleaje o del viento, o la voz de los que padecen una afección de la garganta.
[12] Inerme: Desarmado moralmente.
[13] Pecado: Acción, pensamiento o palabra condenada por los preceptos de la religión.
[14] Acequia: Zanja para conducir el agua.
[15] Haraposo: Andrajoso: vestido de harapos (Trozo que cuelga roto de un traje u otra prenda.).
[16] Jilguero: Pájaro fringílido cantor, pardo por el lomo, con la cara blanca manchada de rojo, y las alas y la cola negras con manchas amarillas y blancas, muy frecuente en España.
[17] Sahumar: Embalsamar, empajolar, incensar, mirlar.
[18] Horadado: Perforado o taladrado.
[19] Catafalco: Representación de un sepulcro, cubierta de paños negros, que se coloca en la iglesia para celebrar un funeral.
[20] Responso: Rezo que se hace por los difuntos.
[21] Firmamento: Capa de cielo.
[22] Llamarada: Llama grande que brota y se pasa rápidamente; como se produce, por ejemplo, echando en el fuego una porción de leña menuda y seca.
[23] Mayordomo: Servidor principal en una casa o encargado de los obreros y de administrar los gastos ordinarios en una hacienda.
[24] DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES. La de niños llevada a cabo por orden de Herodes, dirigida contra Jesucristo.
[25] Sacristán: Hombre empleado en las iglesias, que tiene a su cargo ayudar a veces al sacerdote en el altar y cuidar de los objetos guardados en la sacristía y de la limpieza y arreglo de la iglesia.
[26] Chancho: Cerdo.
[27] Mostrenco: Se dice de lo que no tiene dueño conocido.
[28] Tordillo: Caballo negro.
[29] Precipicio: «Abismo. Derrumbadero. Despeñadero. Sima». Corte profundo en el terreno, con paredes verticales o casi verticales; o descenso vertical del terreno, por ejemplo en la costa.
[30] Liquen: Planta criptógama constituida por la asociación de un hongo y un alga.
[31] Calavera: Esqueleto de la cabeza.

Historia de los Arango

HISTORIA DE LOS ARANGO
Jesús Arango
Los Cabos de Pravia, 6 de diciembre de 2007
ESCUDO DE ARMAS
Arango es un antiguo y noble apellido de Asturias, con casa solar en el concejo de Pravia. Tiene su origen del linaje Cuervo, del cual procede, como después se comentará. Tirso de Avilés dice que la villa de Pravia pinta por armas las mismas que la familia de los Cuervo de Arango, que son seis cuervos en campo de plata. Quizás la razón para que el municipio de Pravia adoptase este escudo fue que la Casa de Fernán Cuervo estaba situada cerca de la antigua muralla de Pravia, cayendo a la Plaza antigua de la puerta del Cai, por lo que su escudo se podía ver al entrar en la villa.
El escudo de Pravia es descrito por el que fue cronista oficial de la villa, Manuel López de la Torre, de la forma siguiente: “En campo de plata seis cuervos de sable, pasantes hacia la diestra, tres y tres, puestos en dos palos. Lo remata una corona real, que simboliza el periodo de la Reconquista durante el cual fue Pravia corte de la Monarquía asturiana (774-791)”. Es también el mismo que pintan los Cuervo y los Cuervo Arango, como afirma Tirso de Avilés:
En un escudo vi puestos
seis cuervos muy alabados,
en albo campo pintados,
y dicen que fueron éstos
a Arango por armas dados.
Las mismas armas dieron
de Pravia a esta noble gente;
su antigüedad es patente,
y siempre muy nobles fueron,
y en Asturias al presente.
Algunos Arango cuartelan estas armas en escudo partido con los Valdés, linaje que entroncó en Asturias repetidas veces con el de Arango. Existe otra casa de Arango en la ciudad de Sangüesa (Navarra), no sabemos si dimanada de la de Asturias o distinta de ella. Tiene un escudo de plata con dos calderas de sable, puestas en palo.
Según cierta tradición el gentilicio Arango proviene de dos vocablos celtas que significan Valle de Dios
[1]. De acuerdo con otras opiniones, como la descrita en El Gran Libro de los Arango en Mundo editado por Halbert´s Famely Heritage, el apellido Arango parece ser de origen toponímico, pudiendo estar asociado con la expresión española que significa “uno que vino del Valle de Arango”[2]. Según la citada publicación el escudo de armas de los Arango está documentado oficialmente en Rietstap´s Armorial General. La descripción original del escudo de armas es como sigue: “D´Arg a six corbeaux de sa., 2, 2 et 2”. Cuando se traduce el blasón también describe los colores originales de las armas de los Arango como: “En campo de plata, seis cuervos negros colocados dos sobre dos sobre dos”.
EL SOLAR Y LA HISTORIA DE LOS ARANGO
En la obra Asturias Ilustrada, que trata del origen de la nobleza de España se recoge la siguiente información sobre el origen del apellido Arango: “La familia Arango no falta quien la derive -como la de los Cuervo y Prendes, que todas provienen del mismo origen- de los Corvinos Romanos, y de aquel que mereció el renombre de Corvino, por haber interpretado al Cónsul Flaminio el infausto suceso, que predecía el pasar unos Cuervos, dando graznidos sobre el Ejercito Romano, cuando esperaban el de Aníbal, sin que para ello se encuentren más fundamentos que la asonancia del nombre”[3]. Asimismo, en la mencionada obra también se recoge información sobre el solar y armas de los Arango[4].
Volviendo a los discutidos orígenes del solar de los Arango, Juan Banzes y Valdés escribía en su historia del concejo de Pravia, “bastantes cuentos me contaron en Arango en el año 1801 de Sancho el Zurdo, Señor de Villavaler y del Gran Conde de Selgas, Señor de la fortaleza del Cogollo en Arango. No se puede negar sin la temeridad que la casa de Arango fue muy señora en este Valle. En lo alto de Villavaler vimos paredones de una casa o palacio antiguo de mucha significación; y así es, que aquel sitio se llama el Palación.
Consta de la genealogía de la casa de Doriga, según D. José Trelles, que García de Doriga, que vivió a fines del siglo XV, casó con Doña Mayor de Arango, hija de la Casa de Arango de Villavaler. No puede ser otra casa, que la que se acaba de citar, pues no hay alguna que de a entender igual antigüedad, aunque ya apenas hay cimientos. Aquí parecería buena ocasión para discurrir sobre cual fue o habría sido la primera casa de los Cuervo de Arango; ésta o la que llaman de la Torre, o la de Puente de Vega, o la del Cogollo, más no tenemos estudiado el punto, ni esta es oportunidad de hacerlo”. Por otra parte, en los párrafos siguientes se transcribe de forma literal el texto referido al apellido Arango que se incluye en la citada obra de José Trelles. Dice así:
“Juan Alonso de Navia, que vivió en la segunda mitad del siglo XVI, fue sucesor en esta Casa y bienes de esta línea, y fue asimismo Gobernador de la Habana: este caballero casó con Doña María de Arango, Señora de esta Casa, con el Patronato de algunos beneficios y era hija de Diego de Arango, Señor de esta Casa y de su mujer Doña Magdalena de Valdés. El lustre y antigüedad de la familia de Arango, o Cuervo (que es una misma) es muy notorio en las Historias, en la de Asturias dice, que proviene esta denominación, o Apellido de los Corvinos Romanos; pero esto no tiene más fundamento que la asonancia, o similitud del nombre, ni necesita de este fabuloso y supuesto principio, teniéndolo más cierto y ilustre en la sangre antigua asturiana. En los tiempos del Rey Don Alfonso VII Emperador (sobre 1174-1185) era Señor del Valle de Arango, en el mencionado concejo de Pravia, Don Pelayo Cuervo, quién confirmó como rico-hombre varios Privilegios y Escrituras, que cita Sandoval, y que hemos reconocido en el Archivo de la Santa Iglesia de Oviedo, y dice el Padre Gándara, que tuvo por padre a D. Fernando de Juanes Conde de la Limia, de cuya ascendencia trataremos, cuando ocurra la de la Casa de Villamil. En los Instrumentos se pronuncia Pelayo Curvo, y de aquí se corrompió en Cuervo, y en alusión al sonido de esta denominación pintan por Armas los de esta Familia en campo de plata seis Cuervos negros: esta Familia, y la de Prendes afirman, ser en su origen una misma”.
En el trabajo de Francisco Sarandeses se describe literalmente el termino Arango como sigue: “De Pravia. Procede de los Cuervo, Señores del Valle de Arango, que se apellidaron después Cuervo-Arango o Cuervo de Arango, pero todos usan las mismas armas que estudiaremos con más detalle en el apellido Cuervo. De plata, con seis cuervos de sable, en dos palos”.
El Valle y Vega de Arango perteneció y fue propio de Don Suero Vistario que vivía allá por el año 1126. Este gran asturiano fue quien restauró el Monasterio de Cornellana y de quien se dice que fue el fundador de la familia de Quirós. Dicho Monasterio poseyó durante siglos muchos bienes en el Valle de Arango; tal vez por donación y sucesión del mismo Don Suero, que le dio muchos y en muchas partes, y estos serían de la herencia de Doña Cristina, primera fundadora y ascendiente del Conde Don Suero
[5].
En 1145 fue Señor del Valle de Arango otro gran hombre: Don Pelayo Curvo, y no Cuervo como después se hicieron llamar sus sucesores. Don Pelayo tenía su solar en Arango, localizándolo algunos en la Torre de Arango, edificación que ha llegado hasta nuestros días mediante diversas reconstrucciones y ampliaciones, mientras que otros lo sitúan en el Castillo del Cogollo o Fuerte de Selgas, al otro lado del río Aranguín.
Según Juan Banzes y Valdés que escribió una historia de Pravia allá por 1806, este solar se dividió en muchas ramas, que tenían sus casas tanto en el Valle de Arango como fuera de él, que todas se titulan Cuervos de Arango, y que por la asonancia de Cuervo, tomaron los seis Cuervos por armas. En 1444 cuando se celebró una Junta General del Principado de Asturias en Avilés para expulsar a los Quiñones, familia leonesa que tiranizaba a las gentes del Centro y del Occidente de Asturias, entre los Señores de Casa-Solar que a dicha Junta concurrieron se encontraba Don Gonzalo Cuervo de Arango, Señor de la Casa de Arango. Años más tarde se dividió esta familia en varias ramas, y mientras unas conservaron el antiguo apellido de Cuervo, otras usaron solamente el de Arango, que habían unido al primero por la razón indicada. Lo que siguieron usando todas las ramas las armas de Cuervo
A principios del siglo XVI era Señor de la Casa y Torre de Arango el caballero Don Fernán Cuervo de Arango que fundó un vínculo con sus propiedades en 1535. Del mismo eran las casas que tenían las armas de los Cuervos en la muralla de la villa de Pravia junto a la Puerta del Cai. Por aquellas fechas todavía se titulaba a Don Fernán como Señor de lo mejor del Valle de Arango, desde la Peña Gallinera hasta la Cruza de Sandamias y la Bragada pasado el río Aranguin, en el vinculo que fundó en 1535.
En la segunda mitad del siglo XVI, Doña María de Arango, Señora de la Casa de Arango e hija de Diego de Arango, Señor de esta Casa y de Doña Magdalena de Valdés, se casa con Don Juan Alonso de Navia, que fue Gobernador de la Habana. Este matrimonio tuvo por hijo y sucesor a Don Alvaro Pérez Navia y Arango, Señor de las Casas y Mayorazgos de sus padres. Este caballero celebró dos matrimonios, el primero con Doña Toribia Menéndez Valdés y el segundo con Doña Cathalina de Malleza y Quirós, hija de Fernando de Malleza, Señor de esta Casa, y de su mujer Doña Cathalina Bernardo de Quirós. De esta segunda unión fueron hijos: Don Juan Alonso de Navia, que sigue la línea, Don Álvaro, Colegial en el Mayor del Arzobispo y Pidor de Canarias, Don Fernando de Malleza y Navia y Don Alonso López de Navia -que ambos fueron Eclesiásticos- y Doña María de Navia, que casó con Don Luis de Llano y Valdés, Señor de la Casa de Tebongo.
Don Juan Alonso de Navia fue Señor de esta Casa y Mayorazgos de esta línea, su sucesor fue Don Álvaro Pérez Navia y Arango. Don Álvaro contrajo segundas nupcias con Doña Mayor Menéndez de Abilés, descendiente de esta Ilustrísima Casa, de la que hoy son Señores los Adelantados de la Florida, Condes de Canalejas. Del referido matrimonio tuvo Don Álvaro dilatada sucesión: diez hijos. Fueron sus hijos varones: Don Juan Alonso, que sigue la línea; Don Francisco Domingo de Navia, Cura de las Iglesias de Luarca y de Santiago de Arriba, por presentación de su padre, que poseía este Patronato, como el de otras muchas Iglesias en los concejos de Valdés, Pravia, Coaña y otros; Don Álvaro de Navia y Arango, Colegial en el Mayor del Arzobispo de Salamanca y Catedrático de Leyes en aquella Universidad; y Don Joseph de Navia y Arango, Canónigo de la Santa Iglesia de Oviedo. Asimismo, fueron sus hijas Doña Elvira y Doña Mayor de Navia, que la uno casó con Don Pedro Valdés Prada, Señor de la Casa de Argame, y la otra con Don Isidro de Herrera Regidor de León. Y también tuvo Don Álvaro otras hijas más, que fueron Doña Luisa, Doña Josepha, casada ilustremente en Galicia, Doña María Antonia, Religiosa en San Pelayo de Oviedo y Doña Isabel Rosa de Navia.
Don Juan Alonso de Navia y Arango, que fue Señor de las Casas y Mayorazgos de sus padres, se intituló, en torno a 1695, primer Marqués de Ferrera por merced del Señor Rey Don Carlos II, teniendo ganada la gracia de su Majestad para ser titulo de Castilla. Don Juan Alonso de Navia y Arango intentó asimismo ejecutar un titulo nobiliario con la denominación de Villavaler, a lo cual se opusieron los vecinos alegando que Villavaler era coto de la Corona Real y no de señorío alguno particular. Este caballero celebró también dos matrimonios. El primero con Doña María Magdalena Montenegro. De este matrimonio tuvo el Marqués Don Juan Alonso por hija a Doña Francisca de Navia y Montenegro, que heredó por su madre los mayorazgos de esta Casa, que llaman el Campo de Castropol, y es de las más opulentas en medios que hay en Asturias: esta Señora casó con Don Álvaro Osorio Vigil, Vizconde del Puerto, Marqués de Santa Cruza del Marcenado. El segundo matrimonio de Don Juan Alonso de Navia fue con Doña Rosa de Navia Vigil, hermana de su yerno el Marqués de Santa Cruz. De este matrimonio tuvo diferentes hijos e hijas, siendo el primogénito de ellos Don Juan Alonso Navia y Arango, segundo Marqués de Ferrera y que fue quién siguió la línea.
A finales del siglo XVIII ya eran muchos los dueños del Valle de Arango. Así, en el lugar de Quintana, tenían casa principal Don José de Salas Navia y Arango y Don Ignacio Flórez y Arango, ambos Regidores del Concejo de Pravia, y que quizás eran participes del antiguo solar de la Casa de Arango, por lo menos sus casas estaban situadas en la parte mejor del territorio que al principio pertenecía a dicha Casa y muy cerca de la Torre de Arango. Así pues, el solar se fue dividiendo en muchas ramas, que tenían sus casas tanto en el Valle de Arango como fuera de él. Unas ramas conservaron la antigua denominación de Cuervo y otras usaron la del Solar de Arango. En 1801 hubo un pleito entre los vecinos de San Martín de Arango y San Pedro de Allence con las Casas de Arango, del Marqués de Ferrera, la de Inclán y las monjas del Monasterio de San Pelayo de Oviedo sobre los montes y baldíos de dichas parroquias.

[1] Este origen me lo comentó el historiador local D. José Antonio Martínez
[2] Antes de que los apellidos se hiciesen hereditarios, solía usarse el nombre del padre como apellido. Esto se indicaba con la terminación -ez, que significaba “hijo de”. Algunos de estos nombres evolucionaron hasta convertirse en apellidos hereditarios
[3] Véase Joseph Manuel Trelles, Asturias Ilustrada, Origen de la Nobleza de España, su antigüedad, y diferencias, Tomo Segundo, que trata de la varonía y origen de las principales familias de España, Madrid, Imprenta de Joachín Sánchez, Año de MDCCXXXIX (1739), capitulo 14, folio 161
[4] Ibidem, folios 674 y siguientes
[5] En la obra del Padre Luis Alfonso de Carvallo, Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, Obra póstuma dedicada al Ilustrísimo Señor Don Juan Queipo de Llano y Valdés, Arzobispo de las Charcas, del Consejo de su Majestad, Madrid, Julián de Paredes, Impresor de Libros en la Plazuela del Ángel, Año 1695, al hablar del Conde Don Suero, que también lo fue de Luna, relaciona entre sus múltiples haciendas a la Vega de Arango, véase página 325

El Valle de Arango

EL VALLE DE ARANGO
Jesús Arango
Los Cabos de Pracia, 6 de diciembre de 2007
El Valle de Arango, llamado también la Vega de Arango está enclavado en el municipio de Pravia en la provincia de Asturias, situada en el norte de España. Este valle que, siempre fue de notable estimación en Asturias por su fertilidad, se extiende de Norte a Sur a lo largo de unos tres kilómetros y de Este a Oeste unos cinco kilómetros, es fértil y ameno, estando atravesado por el río Aranguin.
El Valle de Arango dista unos cinco kilómetros de la villa de Pravia y está situado en las vertientes meridionales de la llamada Sierra de las Outedas, Disfruta de un clima templado y sano. El territorio en donde se asienta el Valle de Arango está formado por dos parroquias -unidad más pequeña de administración civil que tiene un origen religioso- que comprenden las antiguas feligresías de San Martín de Arango y San Pedro de Allence.
Las aldeas -núcleo rural de población que agrupa a unas pocas caserías- y caserías -granjas de reducida extensión- que se localizan en el Valle son las siguientes: Allence, Arborio, La Braña, Controva, Debera, La Fungal, Perzanas, Prada, Puentevega, Quintana, El Quintanal, Ribero, San Martín, San Pelayo, Las Tablas Travesedo y Villagonzay, que siempre han dependido del municipio de Pravia; Bouzo, Caunedo, La Mara, Parada, Rivero, Rebollar, San Vicente y Travesedos, que pertenecieron al ayuntamiento de Salas hasta mediados del siglo pasado, pues desde antiguo y hasta 1843 la mitad del Valle correspondía al municipio de Pravia y la otra mitad al de Salas. Sin embargo, a partir de la mencionada fecha todo el Valle de Arango pertenece al municipio de Pravia.
En 1850 el Valle de Arango contaba con 235 vecinos y un total de 1.100 habitantes. En la actualidad solamente quedan 405 habitantes y 127 viviendas unifamiliares habitadas, permaneciendo 70 casas vacías. Puentevega es el núcleo de población más importante del Valle de Arango. Todos los años se celebra allí una feria de ganado el día 10 de septiembre, que en tiempos fue muy concurrida y que es conocida con el modesto nombre del Mercadin de la Ponte.
En el Valle de Arango se entremezcla un sinfín de verdes prados y de montes repoblados con especies autóctonas, predominando los robles, castaños y otras muchas especies, lo que hace de este Valle un espacio verdaderamente hermoso y tranquilo. A mitad del siglo XIX se producía trigo, escanda, maíz, habas, frijoles blancos, castañas, patatas, lino, legumbres, hortalizas y frutas, incluso naranjas. La cosecha de estos productos era más bien escasa y se complementaba con la cría de ganado vacuno, lanar, de cerda y cabrio en pequeñísimas explotaciones que no rebasaban en la mayoría de los casos las dos hectáreas.
En 1850 existían seis molinos harineros de agua, cuatro telares y una de las primeras fabricas de manteca que existió en Asturias, que imitaba a las que se habían desarrollado en Flandes (Países Bajos). A esta fabrica se refiere Juan Velarde Fuertes en el prologo que realizó -fechado en Las Rozas de Madrid, 9 de noviembre, 1981- con motivo de la publicación de la Renta de los Municipios Asturianos 1978 realizada por SADEI. Sin embargo, y a pesar de aquellos prometedores comienzos, siglo y medio más tarde no quedaba en toda la comarca praviana ningún rastro ni muestra de aquella industria láctea pionera.
Por otra parte, la fuerte emigración que sufrió el Valle especialmente a partir de los años sesenta de este siglo, al igual que ocurrió en el resto de las zonas rurales asturianas, tuvo como consecuencia un proceso de envejecimiento de la población y el abandono progresivo de las tareas agricolas, especializándose cada vez más en el ganado vacuno de leche y en el trabajo fuera de la comarca en actividades industriales localizadas en lugares relativamente próximos, como fue el caso de la gran empresa siderúrgica que empezó a funcionar en Avilés a partir de los años sesenta. En la década de los noventa se ha instalado en el Valle una fábrica de bandejas de plástico, que tiene una gran nave industrial en la aldea de Quintana y que ha supuesto un fuerte impacto visual sobre el valle. En esta empresa trabajan más de cuatrocientas personas a tres turnos.
El Diccionario Geográfico de Asturias publicado por el periódico La Nueva España, describe la parroquia de Arango de la forma siguiente: “Parroquia del concejo de Pravia, ubicada en el valle del mismo nombre, cuya capital fuera Puentevega. Tiene una superficie de 9,43 kilómetros cuadrados y su territorio está atravesado por el río Aranguín, famoso por sus truchas. La iglesia parroquial está dedicada a San Martín, y se encuentra aislada, entre Puentevega y San Martín de Arango. La altitud media es de 100 metros y los núcleos de población son: Allence, Arborio, La Braña, Caunedo, La Fungal, Morugedo, Parada, Prada, Puentevega, Quintana, Ribero, San Martín de Arango, San Pelayo, San Vicente, Las Tablas y Travesedo. La población es de 317 habitantes. Dentro de su termino se encuentra la Torre de Arango, próxima a Arborio”.

La leyenda de los seis cuervos

LA LEYENDA DE LOS SEIS CUERVOS
Eloy Ramirez
Es esta una leyenda que vive en la memoria de los pravianos desde tiempo remoto[1]: la historia de los Seis Cuervos, que Pravia y los municipios limítrofes[2] de Cudillero, Muros de Nalón y Soto del Barco lucen con orgullo en su escudo municipal.
Hace ya varios siglos, en aquellos tiempos en que España estaba dominada por los sarracenos, cuando los primeros gritos de independencia sonaban en las agrestes montañas de Asturias, un valeroso paladín praviano, que luchaba contra el infiel invasor, advirtió la presencia de un numeroso grupo de árabes. Dudó si entrar o no en combate. El enemigo era muy superior en número e iban muy bien pertrechados de armas. Un río, probablemente el Nalón, separaba a ambos grupos. Estando el valiente capitán praviano en estas dudas, vio de repente en el cielo seis cuervos revoloteando y graznando de tal manera que pareciese querían enviarle un mensaje. El valiente praviano vio en aquellos cuervos un signo de mal agüero para el enemigo y, dirigiéndose a los pájaros que ya sobrevolaban el río, les dijo:
Aves de poca valía,
que del hambre sentís pena,
venid en mi compañía,
pues de carne ajena o mía
os daré la panza llena,
Nuestro valiente capitán, acompañado de sus guerreros, se lanzó sobre los sarracenos infligiéndoles una gran derrota, de tal suerte que pocos lograron huir, dejando el campo de batalla lleno de cadáveres. Después de esta batalla, el capitán les dijo a sus bravos soldados:
Siempre vi con gran furor
(de memoria no me acuerdo)
muchas aves contra el cuervo
seguirle con gran denuedo
por no ser de su color;
y él las sigue con vigor,
con su pico agudo y fuerte,
síguelas hasta la muerte,
hiriéndolas de tal suerte,
que de ellas es vencedor.
El rey, enterado de esta hazaña, alentó al bravo soldado a que le indicase qué premio deseaba por tan maravilloso hecho. Nuestro héroe pidió a su Majestad que le autorizase a él y a sus descendientes pintar por armas en su escudo los Seis Cuervos, como recuerdo de aquella batalla. Y el rey le concedió este honor. Y como nuestro personaje era del Valle de Arango, de ahí viene el apellido Cuervo de Arango.

[1] Articulo de Eloy Ramírez publicado en el Anuario Parroquial, año 1947-1948 y reproducido en mimeo por la Asociación Cultural Manuel López de la Torre
[2] Hasta 1833 incluidos en el de Pravia

Sobre la vuelta al día de los Arango

SOBRE LA VUELTA AL DIA DE LOS ARANGOS
Jesús Arango
Los Cabos de Pravia, 6 de diciembre de 2007
¿Qué tienen en común Pancho Villa, el comercio africano de esclavos y un dialecto maorí?, pues que en todos los casos utilizan el término Arango. A explicar algunas cuestiones relacionadas con este apellido de origen asturiano están dedicadas estas notas.
Formo parte de esa generación española que nació con la cartilla de racionamiento debajo del brazo –todavía conservo la mía- y que ha ido envejeciendo utilizando las redes Wifi e Internet. Por el medio han sucedido muchas cosas: se acabó la dictadura franquista, nos habituamos a vivir en democracia y el mundo se ha hecho mucho más pequeño que cuando lo imaginábamos mirando los mapas políticos colgados en las paredes de la escuela o cuando leíamos las aventuras de Marco en aquel gastado libro de lecturas Corazón de Edmundo de Amicis.
Mi infancia transcurrió en una pequeña villa asturiana, Pravia, en una época en la que era muy normal que la gente naciese, viviese y muriese en el mismo sitio. En un marco de vida tan local, con un acceso limitado a la información, tanto por razones técnicas como políticas, nuestras preocupaciones se centraban en las cosas y los asuntos que sucedían dentro de los límites de nuestro valle.
Sin embargo, las cosas para mí comenzaron a cambiar: a diferencia de mis padres, pude estudiar el Bachillerato –comencé con el Plan de 1957- y después salí de mi pueblo a cursar los estudios de Ciencias Económicas, primero en Bilbao y después en Málaga y Madrid. Para entonces ya me había emocionado leyendo la Madre de Máximo Gorki en la versión de la editorial Losada, libro que me había dejado Alfonso Selgas, mi vecino y amigo de juventud. Alfonso Selgas fue ya desde niño un excelente dibujante, que acabó siendo un gran pintor; por el medio, se hizo comunista cuando estudiaba Derecho en Oviedo y lo condenó el Tribunal de Orden Público a un año de cárcel, que cumplió en Jaén y todo porque se había atrevido a embuzonar con propaganda en contra de las elecciones a Procuradores al tercio familiar, a las que se presentaban por Asturias: Robledo y Juan Velarde.
Tengo que confesar que durante todo ese tiempo nunca me preocupó lo más mínimo que significaba el término Arango, cuál era su origen o si había muchos o pocos Arangos por el mundo. Solamente sabía que en mi aldea natal había numerosas personas que se apellidaban Arango, que en Pravia había un carretero que llamaban Aranguito, un río llamado Aranguín y que a cinco kilómetros de distancia de Pravia había un zona conocida como el Valle de Arango.
La primera noticia del significado del término Arango me la dio un navarro, compañero en el campamento de Milicias universitarias en Monte La Reina. Fue durante el verano de 1970, aquel navarro –cuyo nombre no recuerdo- me dijo que la palabra era de origen euskera y que significaba “del Valle de”. Algunos años más tarde, un día cuando buscaba el significado de una palabra en la letra uve de la enciclopedia Larousse, encontré por casualidad el término Villa, Pancho y la remisión siguiente: véase Doroteo Arango. Descubrí que había Arangos más allá de Asturias y que alguno había sido famoso en la revolución mexicana de los primeros años del pasado siglo.
Bastante años más tarde, allá por el año 2000, curiosamente revisando el contenido de varios Boletines del Instituto de Estudios Asturianos, actualmente conocido como RIDEA, encontré de nuevo el origen euskera del término Arango en un artículo de Francisco García Berlanga
[1]. En este trabajo, Francisco García Berlanga se refiere a la estabilidad de las palabras en toponimia, señalando “que tienen un significado geográfico, como valle, monte, río, vega, etc. Así en euskera al valle se le llama Aran, de ahí aparece el bilingüismo de Lérida: Valle de Aran. Es decir, al lugar se le llama Aran de acuerdo con su situación geográfica”. Por otra parte, Francisco García Berlanga señala que las terminaciones -ango y andi, se dan con mucha frecuencia en Asturias y el País Vasco. En este sentido, la terminación ango, de Durango, no está definida en ningún sitio y opina que lo correcto es traducirla por encima, o cima como Cimadevilla, etc. Sin embargo, la terminación andi, si está definida en el euskera actual y a veces se traduce como grande y en otras como al otro lado.
De acuerdo con la opinión de Francisco García Berlanga, Arango es palabra tan asturiana como vasca: es euskérica. La zona asturiana de este nombre, que es un valle, no está muy claro a que se llama Arango, García Berlanga piensa que se refiere a algún pueblo sobre el valle
[2], pues así ocurre en el caso de Berango en Vizcaya, que está sobre una bera (vega), dentro de la misma vega una parte más alta. Algo similar ocurre con Alango de Vizcaya, que es Arango, está en el pueblo de Algorta y está sobre el valle. Según García Berlanga también hay un Arango en Guipúzcoa, aunque yo no lo he podido localizar.[3]
En la Enciclopedia Encarta aparece el lugar Arango en varios países del mundo, además del Arango de Pravia. Así, en Cuba se encuentran cinco lugares con el nombre de Arango. El primero se encuentra situado en la provincia de Ciego de Ávila, que está cerca de Camagüey, más abajo de Santa Clara y Cienfuegos. Alrededor de este lugar se encuentran próximos Guayacancito, Tres Ceibas y La Teresa. El segundo Arango de Cuba se localiza en la provincia de Cienfuegos, cerca de Presidio, Socorro y La Vega. El tercer Arango se encuentra en la provincia de Holguín, al sur de la isla, casi en el límite con la provincia de Santiago de Cuba, muy próximo al aeropuerto de Los Mangos de Baragua. El cuarto Arango se localiza en la provincia de La Habana, cerca de los lugares de Monterrey y San Nicolás. El quinto Arango se encuentra en la provincia de Matanzas, que limita con la de la Habana y se localiza al norte de la isla; cerca de este Arango están los lugares de Agüica, Aguiar, Los Pinos y los Arabos.
También en la Enciclopedia Encarta aparece un lugar con el nombre de Arango en el Chad, país del centro de África, que limita al Norte con Libia, al Oeste con Níger, Nigeria y Camerún, al Sur con la República Centroafricana y al Este con Sudan. Este sitio Arango se encuentra cerca de lugares con nombres como Alao, Mountoumoundou, Karfi y Agoundi. Años más tarde, navegando por Internet, encontré por casualidad una posible explicación a la existencia del topónimo Arango en África. Se trata del significado de la palabra Arango en el Brainy Dictionary: un amuleto de cornalina no pulida, que fue importado en el pasado de Bombay para su utilización en el comercio africano de esclavos. El Chad, ya desde la Edad Media, fue un cruce de rutas entre los mercaderes musulmanes y las tribus nativas y enlace importante entre África y Oriente Medio. Durante varios siglos (desde el XIII hasta 1840) este espacio estuvo sometido por el imperio Kanem-Bornu, controlado por un grupo llamado los kanuri. Este pueblo controlaba las rutas de mercado hacia el norte de África: a cambio de telas, sales, minerales y esclavos, los kanuris recibían cobre, armas de fuego y caballos. Por tanto, no parece extraño que un término ligado al comercio de esclavos, como es el de Arango, se haya convertido en una localidad del Chad: probablemente sería el sitio donde se realizaba el intercambio de esclavos.
Además, existe un lugar llamado Arango en Papúa-Nueva Guinea, cerca de núcleos como Pankin, Akaian, Ombos y Orenari. Nueva Guinea se encuentra al norte del denominado Territorio Norte de Australia, cerca están también las Islas Molucas, algunas islas que pertenecen a Indonesia y el Mar de Timor. Al este se encuentran las Islas Salomón, las Islas Fiji y Nueva Caledonia. En relación con esta localización encontré hace unos años una página web sobre la cultura maorí, hospedada en San Diego, en la que se citaba a un dialecto llamado Arango. No he podido volver a localizar esta página web, a pesar de haberlo intentado en varios ocasiones.
En la enciclopedia Encarta he encontrado también los sitios siguientes: El pueblo de Aldea de Arango en la provincia de Toledo, al norte de Talavera de la Reina y cerca de la localidad de Arenas de San Pedro en la provincia de Ávila; la localidad Los Arango en el departamento de Piura en Perú; la localidad San Felipe de Arango en el Estado de Jalisco en México y la localidad Aranguito en la provincia de La Habana en Cuba. En Muros de Nalón existe una travesía que es conocida como la Calea Arango.

[1] Véase “Topónimos asturianos de origen euskera” de Francisco García Berlanga, publicado en el Boletín del IDEA, nº 107, septiembre-diciembre de 1982, páginas 719-734
[2] En efecto, el núcleo de San Martín de Arango se encuentra en una ladera del Valle de Arango
[3] En el Nomenclátor del Censo de Población del INE de 1991 no figuraba ningún término con ese nombre en Guipúzcoa